Autora

Rocío Cartagena Garcés

domingo, 20 de diciembre de 2015

Una voz de aval para esta propuesta


Estimada autora:

Un momento de la historia en el que todo se encuentra al alcance de las manos de quien se ocupe de buscarlo, exige de los procesos educativos una clara contundencia con relación a los valores que deben forjarse en la preparación para la vida, tanto de infantes como adolescentes, de modo que esos valores se constituyan en la carta de navegación para dirigir el barco sin perder el norte.

La sexualidad es un tema inherente a los seres humanos, que ha ido tomando diferentes matices a lo largo del tiempo. Cada generación trasmite a las venideras, aquellos valores y conocimientos en los que ha sido educada, añadiéndole las modificaciones de la propia experiencia, y tiñéndola de las variables sociales y culturales.

Lo que es cierto es que no hay individuo en el mundo que no haya tenido que toparse con este asunto. Los valores, en gran medida, son garantes de vivir y asumir la sexualidad en un marco menos tedioso y complejo ya que, al ser formados bajo ellos, se cuenta con herramientas como la comunicación, la capacidad de tomar decisiones, el manejo adecuado de las necesidades afectivas y la forma de expresarlas, la autoestima, la responsabilidad y el libre albedrío, entre otras, que hacen de su asunción un proceso sano en todo lo que representa, disminuyendo los riesgos o consecuencias negativas, favoreciendo el logro de metas y forjando el proyecto de vida.

A lo largo del proceso de crecimiento, los niños y niñas se impregnan de diferentes vivencias ocurridas en su crianza con los adultos, de la influencia de los medios de comunicación, y del mundo externo. A partir de allí se van configurando sus primeras actitudes y habilidades respecto del afecto y la sexualidad, incidiendo en mayor medida sobre los comportamientos. Por ello, parte fundamental de la educación debe iniciarse en la familia, apoyada por la institución escolar, sobre la base de una educación sexual orientada en valores, la cual debe contextualizarse de acuerdo a los ciclos evolutivos del niño. No se trata de sólo informar por informar, sino de saber encadenar la información para que logre producir en el niño (a) una verdadera toma de conciencia, razón por la cual la educación sexual definitivamente exige secuencialidad, pertinencia y oportunidad.

Esta obra y la serie “Vida Sexual con Valores”, se orienta precisamente a abordar estos asuntos en el momento preciso, con las herramientas más acordes, realzando un engranaje pertinente entre el sujeto (Quién soy, hacia donde me proyecto, qué deseo, qué espero de mí), la familia como base fundamental de su proceso de aprendizaje y que acompaña y guía procesos, la escuela como reforzadora y formadora de valores, y el contexto social que demanda y propone.

Parafraseando una frase presentada en la sección de los antecedentes de esta obra: “El hoy es una consecuencia del ayer y si en el ayer no construimos las bases para el presente, difícilmente podremos incidir en el estado de las cosas que hoy nos preocupan”, en buena hora se está haciendo este gran aporte a las personas de nuestras comunidades que se encuentran en una constante búsqueda de promover unos sanos estilos de vida y decididas a convivir mejor.

Felicitaciones a la autora, por escribir propuestas tan útiles para la educación sexual, basadas en su aprendizaje, investigación y experiencia en relación con el tema, durante su vida y en su trabajo en el campo educativo. Sus planteamientos van a ser de gran ayuda para la educación, el nivel de vida y el equilibrio emocional de las generaciones venideras.

 
Atentamente,

Sandra Milena Gómez
Psicóloga U. de A.

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